Timochencko y Uribe Vélez; sin perdón no habrá reconciliación.

“Nos hallamos abocados a realidades dantescas, de las que seguramente brotaron daños, dolor, angustia y pérdidas irreparables a muchas familias. Pedimos perdón a todas ellas, haremos hasta lo imposible porque puedan conocer la verdad de lo ocurrido. Asumiremos las responsabilidades que nos correspondan”,

fueron las palabras pronunciadas por Rodrigo Londoño Echeverri en su primera comparecencia ante la JEP, y que hoy reproducen en una entrevista el prestigioso diario español, El País – https://elpais.com/elpais/2019/10/11/ideas/1570803714_917097.html-.

Las palabras nada pueden ante el dolor; solo el tiempo y unas ganas locas de vivir ponen cada sentimiento en su sitio, eso sí, hay que querer salir con todas nuestras fuerzas.

Por eso, las palabras de alias Timochencko, desde el punto de vista del sufrimiento de las víctimas y sus familias pueden no significar nada; él es el victimario, y su arrepentimiento llega tarde o no sirve de nada. Si bien, el conjunto de la sociedad agradece esta pública “mea culpa” como un paso importante y necesario hacia la reconciliación.

Nada de lo hecho se podrá borrar; nada podrá devolver la vida a los que ya no están ¡Sean del bando que sean! Pues no hay muertos de primera ni de segunda categoría.

Hay hijos, padres, hermanos, sobrinos y, muchos amigos y conocidos. La barbarie vivida durante decenios, de alguna manera, nos hizo permisivos frente a ella, y solo importan nuestros muertos; los que duelen.

Mi madre, cada vez que sabía de una nueva matanza -da igual quien la perpetrara- solía decir con un tono de voz algo fastidiado: <<Pero hasta cuando ¿Es que esta gente no se cansa nunca?

Supongo que, desde la comodidad y seguridad de su casa, para mi madre, esa gente a la que no conocía, tendría que estar cansada de matarse los unos a los otros. Un comentario a priori inocente, pero cargado de una gran verdad, pues los Señores de la Muerte tendrían que haber parado su hecatombe mucho antes, y no convertir su guerra, primero ideológica y, después financiera, en un negocio de narcotráfico y expoliación de tierras.

A tenor de lo anterior, me gustaría compartir con todos los que lean este artículo, un deseo, sin que por ello se me crucifique ni se miente innecesariamente el nombre de mi progenitora;

creedme, a pesar de la desafección del comentario de mi madre hacia <<esa gente que no se cansaba nunca de matarse entre si>>, es una buena mujer y no merece que se le falte el respeto; a mí me podéis decir lo que os venga en gana.

Me gustaría ver, aunque sea por una sola vez, al senador Uribe Vélez pidiendo perdón públicamente a las Madres de los Falsos Positivos;

por el escándalo de las chuzadas, el auge de las autodefensas durante su presidencia, y por todas las violaciones cometidas a civiles colombianos -sean del bando que sean- cometidas por las fuerzas de seguridad del Estado durante su mandato.

Entendería que ese perdón fuese entonado por los desmanes cometidos por sus subalternos; por quienes abusaron de su confianza, pues ¿Cómo iba a saber él que esta gentuza iba a aprovecharse de su inocencia y bondad?

He de reconocer que ese perdón, si se diera, se me quedaría corto, pero el optimismo que me caracteriza me indicaría que, a lo mejor en un futuro no muy lejano, el honorable senador, viendo a la parca a la vuelta de su casa, diría por fin; <<pido perdón a todo el pueblo colombiano por todo el sufrimiento que a través de mi persona se le infringió durante décadas; ahora puedo morir en la paz del Señor>>. Amén, Álvaro Uribe Vélez.

Freddie Uribe

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