MANUAL PARA EL BUEN INMIGRANTE
Preámbulo: Sincelejo, Sucre. Colombia. By Freddie Uribe
Mi vida es un carrete interminable con el que se podrían hacer miles de películas. Una carretera polvorienta que desemboca, una y otra vez, en autopistas de neón donde las señales, a veces, equivocan el destino y, la gasolina, se diluye como el agua.
A los quince años, cuando aún necesitaba ayuda para casi todo, fui enviado a estudiar lejos de mi casa y, nunca más, volví a vivir como un buen hijo de familia; algunas veces añoro esa indolencia de la que disfrutan los que se van tarde del hogar.
BOGOTÁ
La ruidosa y populosa ciudad de Bogotá, además de conocimiento, me dio el entrenamiento necesario para poder volar a Europa cuando, la adolescencia, dio paso a las responsabilidades. Y, aunque los años bogotanos no dieron los frutos esperados por mis padres – aún hoy día siguen echándome en cara que no hubiese terminado una carrera como Dios manda- sí que me prepararon para la vida en ciudad y, es que, después de todo, la capital de Colombia era dos veces más grande que muchas ciudades del viejo mundo.
He de reconocer que ese volar temprano me convirtió en un tío independiente, fuerte y decidido, aunque tales «virtudes» -no sé si debería llamarlas así- terminen condicionando negativamente algunos aspectos de mí vida; parece que no tuviera derecho a fallar.
Nacer en un pueblo perdido del Caribe Colombiano fue algo parecido a una condena y, más en la época en que yo vine al mundo.
La gente no se comunicaba por señales de humo, pero el atraso en el que se vivía hacía harto difícil imaginar un futuro fuera de esa pequeña sociedad feudal donde, los roles estaban perfectamente diseñados, y las normas bien engrasadas para no permitir ningún tipo de permeabilidad; ser católico y conservador daba prestancia y posición social.
CUANDO SEA GRANDE…
El día en que, con once años, después de ver una serie sobre «Jack The Ripper» en la televisión nacional, le dije a mi madre: «Cuando sea grande me gustaría vivir en Londres y ser una estrella de cine en Hollywood«, empezó una latente preocupación familiar por «esas cosas tan raras» que se le ocurrían al hijo mayor; mis visitas a un psicólogo empezaron poco tiempo después.
En mi entorno se le llamaba «necio» a un niño inquieto, y esa fue una de las etiquetas con las que fui catalogado por mi insaciable preguntadera. La otra, fue la de «loco», gracias a una desbordante imaginación que equivocadamente no fue desarrollada. Decirles a mis hermanos pequeños que yo no era hijo de mis padres, sino de la reina de Inglaterra, hizo que mi pobre madre empezara a mirarme con angustia y algo de temor; mi padre, solo me pedía»seriedad y juicio» con una voz de trueno que, sin embargo, no lograba asustarme.
HACE ALGO MÁS DE UN AÑO QUE RENUNCIÉ A LA CIUDAD DE LONDRES
El sueño de aquel niño, ya lejano, fue finalmente alcanzado y, durante seis productivos años, disfruté de la ciudad más fascinante y competitiva del planeta. La Reina Isabel nunca me adoptó, pero si tengo que confesar que la vi y muy de cerca.
Trabajando en el Royal Air Force Club como uno de los manager de Conference and banqueting departament, tuve el honor de servir a su graciosa majestad el día en el que el real sitio organizó un lunch por su sesenta aniversario en el trono.
Los periplos para poder llegar a esa ciudad sublimada de mis sueños infantiles me llevarían a vivir, primero, en la cosmopolita, divertida y juerguista ciudad de Madrid; quince maravillosos años que son hasta el día de hoy, los mejores de mi vida. Pero, con un paréntesis de diez meses en un hermoso pueblo al norte de la Florida a donde fui a mejorar mi chapucero inglés, y tratar de escapar de una pasajera crisis existencial. Un largo desvío que me curtió para lo que me esperaría en la ciudad del Támesis; los sueños del muchachito caribeño se harían añicos ante la crudeza de la realidad.
Hoy vivo plácidamente en un pueblo de La Mancha cervantina llamado Manzanares. Hace algo más de un año que abandoné un buen trabajo y una vida «aparentemente» excitante en Londres por este trozo de cielo en donde vivo muy feliz. Nunca me he arrepentido del cambio y, creo que, dejar la metrópoli y establecerme aquí, ha sido una sabia decisión. Pero, para lograr esta nueva estabilidad y zona de confort que me tiene embelesado, he tenido que rular por el mundo treinta y dos largos años; y esa es la historia que aún está por contarse.
Freddie Uribe

